Acá va:
"martes 26 de junio de 2007
Ni psicólogas, ni pretendientes, ni ahorradoras… ¿que?
PERSONAS A LAS QUE NO ENTIENDO
Hoy: La mina que viaja al lado del colectivero.
Nunca supe si me cae bien o mal este tipo de mujeres.
Algunas veces temí por mi seguridad mientras el colectivero dirigía miradas fugaces a la cara o el cuerpo de su interlocutora.
Y siempre oscilé entre tildarlas de oportunistas o compinches.
Uno sube al colectivo y están ahí, paraditas en el medio del camino entre la puerta y la maquina expendedora. Siempre con una mano agarradas de algún caño para no caerse y la otra viajando entre el hombro derecho del conductor y su propia cadera.
Las pocas veces que escuché una charla entre ellos (acompañante y conductor), estas trataban sobre conocidos en común, problemas en el recorrido, habitués ilustres del colectivo o intentos cuasi desesperados del pobre colectivero en invitar a la dama a tomar algo (ahora que lo noto, escuché mas charlas de las que pensaba).
En ese entonces me preguntaba: “¿Para que se paran ahí y se hacen las lindas si después no le van a dar cabida al tipo?” Y al instante tenía una respuesta: dinero. El boleto de colectivo, si bien no es carísimo, es un dinero que acumulado en un periodo de tiempo (un mes, por ejemplo) suma una cantidad importante para el ciudadano promedio.
A partir de ahí empecé a ver a estas personas como unas chupa-sangre. Unas piolas que solo le daban charla a un pobre colectivero enamorado para ahorrarse unos centavos. Y no lo veía enojado porque consideraba que estaba mal lo que hacían, sino porque yo no podía hacerlo.
Pero el tiempo y la experiencia me demostraron mi equivocación.
En cierta época de mi vida, volvía de la facultad todos los días en el mismo horario. Por lo tanto, coincidía con el mismo colectivero cada vez.
Al mes de subir a la misma hora, en la misma parada, en el mismo bondi se logró una especie de camaradería con el conductor, con el cual nos saludábamos y nos preguntábamos por nuestro día. Todo de la forma más superficial posible.
Pero cierto día, gracias a que a esa hora las únicas minas que viajaban en el colectivo eran mas feas que intentar chamullarte una chica con la dentadura empapelada en perejil, el tipo prefirió hablar del segundo amor de algunos hombres y me dijo: “quedate loco, ¿viste el partido de Boca ayer?”
En ese momento pensé “por fin, yo también puedo ganarle al sistema y ahorrar unos pesos… que feliz soy”, pero estaba equivocado.
Viajar al lado del colectivero es LO MAS ABURRIDO que existe en el mundo. Todo bien, me había ahorrado $1,25 (viajar hasta el lado tenebroso de la General Paz es caro), pero cada 3 minutos miraba los asientos desocupados y extrañaba tener la billetera mas chica pero el corazón contento (y sentado, y leyendo, y escuchando música, y no soportando al colectivero).
En ese momento, embebido en aburrimiento, asintiendo en los momentos adecuados, riéndome forzadamente del plan del conductor de atropellar a la mayor cantidad de taxistas posibles y soportando las miradas de gente que me miraba como si fuera un parasito (¡como yo solía hacer!), me di cuenta que no entendía a las chicas que viajaban al lado del colectivero.
¿Por qué hacen lo que hacen?
El dinero ahorrado no equivale al aguante que hay que tener para soportar la charla, las frenadas, el prejuicio y la indignación del conductor porque ese “tachero de mierda” se había frenado justo en una parada y porque Bielsa nos había “cagado un mundial que teníamos en la bolsa”.
(gracias, vuelvan pronto)"
Hoy: La mina que viaja al lado del colectivero.
Nunca supe si me cae bien o mal este tipo de mujeres.
Algunas veces temí por mi seguridad mientras el colectivero dirigía miradas fugaces a la cara o el cuerpo de su interlocutora.
Y siempre oscilé entre tildarlas de oportunistas o compinches.
Uno sube al colectivo y están ahí, paraditas en el medio del camino entre la puerta y la maquina expendedora. Siempre con una mano agarradas de algún caño para no caerse y la otra viajando entre el hombro derecho del conductor y su propia cadera.
Las pocas veces que escuché una charla entre ellos (acompañante y conductor), estas trataban sobre conocidos en común, problemas en el recorrido, habitués ilustres del colectivo o intentos cuasi desesperados del pobre colectivero en invitar a la dama a tomar algo (ahora que lo noto, escuché mas charlas de las que pensaba).
En ese entonces me preguntaba: “¿Para que se paran ahí y se hacen las lindas si después no le van a dar cabida al tipo?” Y al instante tenía una respuesta: dinero. El boleto de colectivo, si bien no es carísimo, es un dinero que acumulado en un periodo de tiempo (un mes, por ejemplo) suma una cantidad importante para el ciudadano promedio.
A partir de ahí empecé a ver a estas personas como unas chupa-sangre. Unas piolas que solo le daban charla a un pobre colectivero enamorado para ahorrarse unos centavos. Y no lo veía enojado porque consideraba que estaba mal lo que hacían, sino porque yo no podía hacerlo.
Pero el tiempo y la experiencia me demostraron mi equivocación.
En cierta época de mi vida, volvía de la facultad todos los días en el mismo horario. Por lo tanto, coincidía con el mismo colectivero cada vez.
Al mes de subir a la misma hora, en la misma parada, en el mismo bondi se logró una especie de camaradería con el conductor, con el cual nos saludábamos y nos preguntábamos por nuestro día. Todo de la forma más superficial posible.
Pero cierto día, gracias a que a esa hora las únicas minas que viajaban en el colectivo eran mas feas que intentar chamullarte una chica con la dentadura empapelada en perejil, el tipo prefirió hablar del segundo amor de algunos hombres y me dijo: “quedate loco, ¿viste el partido de Boca ayer?”
En ese momento pensé “por fin, yo también puedo ganarle al sistema y ahorrar unos pesos… que feliz soy”, pero estaba equivocado.
Viajar al lado del colectivero es LO MAS ABURRIDO que existe en el mundo. Todo bien, me había ahorrado $1,25 (viajar hasta el lado tenebroso de la General Paz es caro), pero cada 3 minutos miraba los asientos desocupados y extrañaba tener la billetera mas chica pero el corazón contento (y sentado, y leyendo, y escuchando música, y no soportando al colectivero).
En ese momento, embebido en aburrimiento, asintiendo en los momentos adecuados, riéndome forzadamente del plan del conductor de atropellar a la mayor cantidad de taxistas posibles y soportando las miradas de gente que me miraba como si fuera un parasito (¡como yo solía hacer!), me di cuenta que no entendía a las chicas que viajaban al lado del colectivero.
¿Por qué hacen lo que hacen?
El dinero ahorrado no equivale al aguante que hay que tener para soportar la charla, las frenadas, el prejuicio y la indignación del conductor porque ese “tachero de mierda” se había frenado justo en una parada y porque Bielsa nos había “cagado un mundial que teníamos en la bolsa”.
(gracias, vuelvan pronto)"